
Dicen que fornicamos demasiado, que nos gusta escribir
hasta el alba y dormir como gángters y que somos
indignos de pasar por la vida.
CÉSAR CALVO
Disfrazado de vulgar adjetivo, untándome en los versos cual pasta voluptuosa. Dicen
que erotizo el proceso y que
al final de la noche reniego
de los absurdos resultados.
Las hélices de mi giro aprendieron a rescatar los alientos que ya nadie respira, los que
perdieron su sentido en las movedizas
arenas de la inteligencia, los que ya
nadie usa por miedo al ridículo o al
fracaso.
Dicen que mis musas me cobran sus servicios a la hora del alba, que escribo todo el tiempo y que si algo hace la literatura es solamente interrumpirme.
Dicen que colecciono mis fantasmas, que los conservo dulcemente en frascos con alcohol. Suelen murmurar que humeo demasiado para ser tan poco fuego, que mi crepitar es una verborragia menos entendible que el jazz. Según ellos la escritura se da en mí como una enfermedad, como el miedo a la muerte: apenas una forma compulsiva de registrar mi existencia.
Según ellos hay que tener razones para escribir y no buscar razones en lo ya escrito. Quizás tengan razón y quizás no. Si yo tuviera la razón no sería poeta y ni siquiera en esto tengo razón. La parte que más me gusta de mí es la parte que menos entiendo. Lo único que sé es que prefiero pagar con mi vida antes que renunciar a este estilo de muerte.
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