domingo, 19 de septiembre de 2010

INTEMPERIE DEL SENTIDO (CAPÍTULO 11)


Era hora de salir a la calle, distraerse y quizás ir a los mismos lugares pero siempre por distintos caminos. Malena dejaba atrás los faroles y su sombra se alargaba monstruosamente, buscando la búsqueda de lo que desconocía. Y es así que me despierto entre sábanas hediondas, con la gata ronroneando sobre mi pecho. Manoteo hacia el suelo en busca de la petaca de gin y luego de un trago enciendo un cigarrillo. Contemplo mi rostro en el espejo y a pesar de los vicios puedo distinguir bocetos diáfanos de hermosura, lucidez disfrazada y optimismo. Las ojeras me aportan sensualidad y mi pelo desordenado tiene un aire de atrayente despreocupación. Me levanto desnudo y me dirijo hacia el centro de música, pongo algo de Ludwig Van Beethoven y me recuesto en el sofá. Se me hace que floto en sangre espesa, mi cabeza es un hervidero de palabras inconexas y la excitación de los instantes acelera mis mecanismos. La locura es un lujo que casi nadie sabe maniobrar, es el clímax del simbolismo, Rimbaud hablando en sueños.


Arrastrarse en sórdidas habitaciones sin un peso en el bolsillo: gravedad del capital. Como decía Osvaldo Lamborghini: “Para escribir así mejor sería escribir”. Manotazos náufragos buscando el alcohol y el tabaco, siempre los mismos dramas y el mismo aporte sensual. ¿A qué se debe esta manía de retorcerme en los cuadernos? La tensión dramática y la reproducción del aburrimiento entre sábanas eyaculadas. Tan difícil como obviar las influencias climáticas del texto. Siempre que hay psicología también hay lluvias.


Estaba borracho, y dije, completamente borracho, que escribo tanto que hasta la literatura me interrumpe. Nunca antes había oído una estupidez tan maravillosa. Salí del cyber, borracho, y me metí en el auto de un desconocido. Nos fuimos por ahí con las alas mojadas, empeñados en retrasar los vómitos y los desmayos.


Una vez en el aire sólo valía la pena la anulación del vuelo. Ya instalados en determinado bar, desplegamos papeles y burlas, críticas ociosas y ensayadas muecas de indiferencia. La camarera nos miró exactamente como se mira a un par de locos que gracias al alcohol cometían el pecado de la asociación libre. Retrato de una frustración o quizás apenas su herrumbre, mi cuerpo asomándose a sí mismo, borrando las influencias externas para poder captar su propia intemperie.


Y siempre allí, en la pared de enfrente: la clásica fotografía de la enfermera pidiendo silencio. Pero acá no se ha dicho nada, sólo se trata de retrasar el entumecimiento de la mente, de vivir la enfermedad como si fuera un día festivo.


Malena es un pájaro sordo, su canto es algo completamente ajeno a su inteligencia: de él apenas percibe dulces vibraciones en lo material de su garganta. Ella se abusa de sus fluidos, de su desbordante humanidad, como si el cielo entrara en sus ojos para sentirse solitario. Malena despeina al viento mientras la lluvia se nutre de su llanto.


Mi escritura es el fracaso de la explicación, del razonamiento, del entretenimiento y el orden, etc. Aunque pensándolo bien, mi escritura nunca fracasa debido a que nunca busca el éxito. Esa es la base, la diabólica base para que la libertad nos muerda las vísceras. Ha empezado a llover y la lánguida música que escucho se mezcla con el croar de los techos. El texto crepita al filo de mis úlceras mientras cada palabra define mi personalidad. Malena es víctima voluntaria de fálicos cinceles, y las caricias del escultor poseen una eficacia extremadamente femenina.


Y sin localizar la razón, la voz de Jaques Prévert se me escapa de los intestinos: “Padre nuestro que estás en los cielos/ Sigue allí/ Y nosotros seguiremos en la tierra”. ¿Cuándo se cerrarán las puertas de este circo? Mi carne ya se disuelve en ausentes territorios y la lluvia me arrastra hacia otros rumbos. Seamos contradictorios, dudemos de cada sílaba, anulemos la obra para dar lugar al espíritu. Antonin Artaud: “Allí donde otros exponen su obra yo sólo pretendo mostrar mi espíritu. Vivir no es otra cosa que arder en preguntas”.






lunes, 6 de septiembre de 2010

INTEMPERIE DEL SENTIDO (CAPÍTULO 10)


Por un lado están los que piensan en serio y por el otro están los que se hacen los serios para aparentar que piensan. Malena se sentó en aquel banco de plaza: sus ojos pálidos la emparentaban con la luna, sus cabellos ondeaban al compás del viento y sus labios se abrieron para dejar entrar un cigarrillo. Fue entonces que sacó su libreta negra dispuesta a escribir unos versos. Como no sabía cómo empezar decidió empezar de ese mismo modo:


No sé cómo empezar.

Las palabras se vuelven difíciles

cuando nos damos cuenta

de que hasta el silencio puede nombrarse.


Era un embudo existencial. Toda la inmensidad giraba dirigiéndose a ella, a esa inútil silueta perdida en una plaza. Hacía ya tres días que había dejado de ir a trabajar y no tenía pensado volver. Los rostros de sus enfermos le resultaban demasiado familiares, la traumaban hasta la agonía, como tener el poema perfecto en la punta de la lengua. Era un rostro ahogado en tiempo que nunca terminaba de definirse. Quizás algún día. Quizás la lluvia que comenzaba a caer. Quizás la sed a pesar de que se le hacía agua la boca. Menos mal que tenía un mes de alquiler ya pago, algo de dinero y la alacena llena de comestibles. Caía la noche y los bares abrían sus puertas. Las esquinas se llenaban de prostitutas y los vagabundos destapaban sus botellas entre penosos bostezos. Se detuvo la lluvia y el ronronear de los autos era todo lo que se escuchaba.


Bombas que caen en el barro, hondas bocanadas de muerte, pétalos con espinas y ese rostro tan lejano y familiar. Malena se sentía realmente sola. El mundo se había reducido a sombras, a manchas que se arrastraban sin sentido alguno. A la intemperie de su propia voz. Jugar con las palabras es afilar el destino y apurar su llegada. Pero ¿cuál? Si en el mismo silencio ya cabe la angustiosa posibilidad del vacío.


Somos violentos, absurdos, aburridos en la contemplación y eufóricos en el discurso. La inspiración se ha ido para dejar en su lugar un ano dilatado, sangrante y musical, un ano elástico que se empeña en fruncir y apretar la intención narrativa. En mis páginas anida la idea de la eyaculación: me masturbo al son de un murmullo sin bozal. Pienso en los métodos para anular el pensamiento, y al ser eso mismo un pensamiento, me topo con una confusión violentamente adictiva. “Confusión es una palabra que hemos inventado para un orden que no se entiende” (Henry Miller). Lo importante es la práctica despiadada de la autopsia caníbal.


Malena y su alcohol y sus pasos blandos: casi la mínima levitación de un hermoso cadáver. Mientras caminaba se empezó a tocar los pechos, las nalgas y la entrepierna. Comprobaba su estado material, dulcísimamente borracha y bostezando la acidez del llanto. La sensualidad de la autodestrucción consiste en falsear el suicidio y retardar el placer de liberar el esperma. Pensó en todo el semen que había tragado cuando la excitación la llevaba a un estado de salvajismo primitivo. Imaginó un mundo de semihumanos deformes que la carcomían desde adentro. Su corazón bombeaba sangre no en relación a la vida sino en relación a la muerte, como si se asqueara de ese licor y quisiera inmediatamente sacárselo de encima. Escupitajos, orina y colillas de cigarrillos. En el baño público se bajó los pantalones y empezó a defecar como un ángel si es que los ángeles defecan. La imagen del inodoro se distorsionaba, era un animal coprófago con su blancura prostituida. Inútilmente trató de recordar su propio parto, el hospital y la frente transpirada de su madre. Se puso en el lugar de ella y empezó a hacer fuerza, mordiéndose los labios y sujetando su cabellera. Cuando el excremento cayó unas gotas de agua con orina se posaron en sus nalgas. Malena dio un último suspiro y cayó desmayada, dejando una imagen perturbadoramente sexual, una singular fotografía inolvidable.


Nada se ha resuelto. Los espacios en blanco siguen cayendo como rieles tentadores. Manos suciamente viriles separaban las piernas de Malena. La habían arrastrado hacia un rincón y mientras la levantaban de la cintura se escucharon torpes risas de animales. El miembro anónimo entró (autopsia de un solo tajo) en el ano desmayado de la pobre. Como la lubricación no era suficiente se vio que un hilo rojo de sangre dividió la blancura de uno de sus muslos. La tripa entró hasta el fondo de la tripa, ensanchando el tubo anal mientras toda la piel en juego era elástica y se alisaba magníficamente. Entrar, arrepentirse y salir. Salir, arrepentirse y entrar. El placer: dos polos opuestos ubicados en la duda. Y la velocidad aumentaba según la expansión del deseo. Quizás mañana, al despertar, Malena sufrirá las consecuencias o valorará el castigo. Eso depende exclusivamente de su estado de ánimo.


Involucrado hasta la médula. Acá se siente la rebelión de mi carne, la opacidad del olvido en donde nunca nos reconocemos. Simple y fácil: efectividad abrumadora encarnada de pronto en la teoría del caos. El presente de la escritura siempre regresa: una guerra sangrienta entre la carne y los escondrijos de la mente. Hacerme a un lado sería dividirme en dos y dejar una mitad en el centro. Nada más importa. Lo demás es pasión. Esta noche saldré a recorrer la ciudad, beber hasta embriagarme y observar cómo la multitud se desliza hacia el amanecer olvidándose sus fantasmas: los enterraré bajo estas páginas.


O era ella poniéndose la tanga frente al espejo, tocándose dulcemente, sacando la lengua para burlarse de su propio rostro. O era ella sentándose sobre un fuego que se le subía a la garganta, otra vez escribiendo algunos versos:


en el lugar de los residuos anónimos

se abusaron de mí

como siempre antes del sol


derramada boca abajo en el desmayo

subterránea sensualidad de muerte al borde

babeada de ambas bocas

y expuesta al crimen obsceno


yo me río sangrante y alocada

tu lejana cabeza paralítica

quizás recuerde que olvidarme

es imposible


simple crónica de un hecho partido

acá hay de todo excepto poesía


y otra vez somos dos

excepto que estoy sola








jueves, 2 de septiembre de 2010

INTEMPERIE DEL SENTIDO (CAPÍTULO 9)

El velorio terminó como a las ocho de la mañana. Menos mal que para cuando empezó a llover Malena ya estaba en el interior de un bar, bebiendo su café y escribiendo cartas que nadie recibiría, cartas que enviaría a direcciones quizás inexistentes. Le gustaba imaginar cómo se sentiría una persona al leer las más íntimas confesiones de una perfecta desconocida. Trató de recordar cuál fue la primera carta que envío de ese modo. Pero era imposible pensar, vestida por completo de negro, y menos aún mirando el obsoleto paraguas que descansaba sobre la silla. Se secó las últimas lágrimas, pagó el café y los cigarrillos y se ofreció a la lluvia, olvidándose a propósito el ya mencionado paraguas. Ya sentada dentro de un taxi comenzó a releer la carta que había escrito. No tuvo ganas de hacer una parada en el correo por lo tanto decidió que lo mejor sería arrojar la carta a la lluvia. Malena sufría constantes escalofríos, su sensibilidad nerviosa aún no se afinaba a la situación. Bandoneones lejanos, espejos rotos y muñecas decapitadas: imágenes absurdas que surcaban su mente dejando temblorosas estelas. Al entrar en su casa sintió más frío que en la calle. No tenía hambre ni sueño, sólo el peso fangoso de existir y una contradictoria euforia que se aproximaba desde lejos. La risa sin sentido que nos hace continuar con este absurdo.


Malena comienza a releer fragmentos de varios autores, apenas unas diez líneas de cada uno: Cortázar, Lamborghini, Pizarnik, Piglia, entre otros. No sabe si tocar la guitarra o echarse a dormir, si reírse con Girondo o enamorarse con Neruda. Se va al baño a defecar y enciende un cigarrillo. La realidad la espanta y a veces le fascina. Todo parece ser aburrimiento, sequedad vaginal, cucarachas apuradas y un gusto amargo en los labios. Vuelve el fantasma con su discurso continuo. La mente viaja a velocidades que el lenguaje no logra asimilar. Piensa en cómo pasar las horas que le quedan libres antes de irse al trabajo. Esa mañana le perdonarían su ausencia debido a la cuestión del velorio. Relacionó la muerte con el perdón y le dieron náuseas. Su sueño mancha el aire de la habitación y comienza a brotar lodo desde los rincones. Todo es basura mientras ella sueña con orgías en aceite, con blandos cuerpos brillantemente lubricados.


Regreso, me aferro a estos renglones, escribo tirado sobre el colchón, apoyando el cuaderno sobre una caja vacía, mientras el humo me lastima los ojos, mientras los intestinos me susurran una melodía inconcebible. Voy y regreso del baño una y otra vez, fumando cigarrillo tras cigarrillo y leyendo fragmentos de aguda literatura. Nunca me daré el lujo de una escritura acicalada. Yo no: autopsia de un solo tajo ante el impasible auditorio. Me considero una sexual y viciada herramienta del aburrimiento.

Tengo varios días para pasar encerrado en este cuarto (ha empezado a llover), escribiendo todo lo que se me antoje. Y quizás más adelante: retomar los estudios, buscar trabajo, simular que estoy entre ustedes. Me duermo lentamente, boceteando estas últimas palabras. Estas últimas...


Recuerdo que fuimos al kiosco y compramos cerveza como para dos días. Las lunas pasaban una detrás de otra, y a pesar de que nuestros padres nos enviaban cada vez menos dinero, ya no sabíamos pensar en el futuro. Estábamos sumidos en recitar a Arthur Rimbaud, a Antonin Artaud y a otros célebres dementes. En tu casa andábamos siempre desnudos, exhibiéndonos mutuamente, asimilando los detalles de nuestros cuerpos. Eso sólo nos llevó a hacer el amor con más frecuencia hasta aburrirnos de nosotros, siempre excitándonos entre almuerzos y lecturas. No sé si has entendido por qué me fui y tampoco me importa demasiado. Te dejé algunos libros, algunos manuscritos inconclusos y seguramente maravillosos recuerdos. Tuve que hacerlo, Romina. Necesitaba ampliar mis paisajes y frecuentar otras personas. Si es que nos volvemos a encontrar espero que no estés enfadada.


Dirijo a duras penas la maquinaria de mis huesos, con los ojos vaciados y casi siempre de perfil. Suelo olvidarme de mí mismo, me dejo ahí sentado en algún bar y aprovecho para hacer el amor con las pictóricas bailarinas del Molino Rojo. Soy lácteo, nocturno y felino. Y a veces sé admitir que cualquier semejanza con la poesía es pura coincidencia. ¿Qué es la poesía después de todo? No sé cómo definirla y no sé dónde encontrarla. Pero siempre que la encuentro ella siempre me define. Hay que abrir las puertas que ya no se pueden volver a cerrar. Pero elige con cuidado ya que puedes hallarte en intemperies que no te gusten. Jugar sin la inocencia de la infancia puede tornarse peligroso.


Y vos bien sabés que lo que te pido no es mucho. Sólo el áspero aroma de tu colorida oscuridad, apenas la textura rugosa de tu piel lacia. ¿Por qué te resulta tan difícil? Sólo quiero la multiplicación de tu plural unidad, apenas el salvajismo sexual de tu vagina viril. Y llena de lágrimas tibias me mirás y no me entendés, hasta que de pronto ponés la mano en mi pecho y la razón se va entre las sábanas. Y así, por primera y última vez somos el mismo concepto. Después me preguntás si eso es literatura. Yo me río y te respondo que no sé y que no me importa. Pero hay algo que no me podés negar: la inutilidad del juego te divierte.