lunes, 6 de septiembre de 2010

INTEMPERIE DEL SENTIDO (CAPÍTULO 10)


Por un lado están los que piensan en serio y por el otro están los que se hacen los serios para aparentar que piensan. Malena se sentó en aquel banco de plaza: sus ojos pálidos la emparentaban con la luna, sus cabellos ondeaban al compás del viento y sus labios se abrieron para dejar entrar un cigarrillo. Fue entonces que sacó su libreta negra dispuesta a escribir unos versos. Como no sabía cómo empezar decidió empezar de ese mismo modo:


No sé cómo empezar.

Las palabras se vuelven difíciles

cuando nos damos cuenta

de que hasta el silencio puede nombrarse.


Era un embudo existencial. Toda la inmensidad giraba dirigiéndose a ella, a esa inútil silueta perdida en una plaza. Hacía ya tres días que había dejado de ir a trabajar y no tenía pensado volver. Los rostros de sus enfermos le resultaban demasiado familiares, la traumaban hasta la agonía, como tener el poema perfecto en la punta de la lengua. Era un rostro ahogado en tiempo que nunca terminaba de definirse. Quizás algún día. Quizás la lluvia que comenzaba a caer. Quizás la sed a pesar de que se le hacía agua la boca. Menos mal que tenía un mes de alquiler ya pago, algo de dinero y la alacena llena de comestibles. Caía la noche y los bares abrían sus puertas. Las esquinas se llenaban de prostitutas y los vagabundos destapaban sus botellas entre penosos bostezos. Se detuvo la lluvia y el ronronear de los autos era todo lo que se escuchaba.


Bombas que caen en el barro, hondas bocanadas de muerte, pétalos con espinas y ese rostro tan lejano y familiar. Malena se sentía realmente sola. El mundo se había reducido a sombras, a manchas que se arrastraban sin sentido alguno. A la intemperie de su propia voz. Jugar con las palabras es afilar el destino y apurar su llegada. Pero ¿cuál? Si en el mismo silencio ya cabe la angustiosa posibilidad del vacío.


Somos violentos, absurdos, aburridos en la contemplación y eufóricos en el discurso. La inspiración se ha ido para dejar en su lugar un ano dilatado, sangrante y musical, un ano elástico que se empeña en fruncir y apretar la intención narrativa. En mis páginas anida la idea de la eyaculación: me masturbo al son de un murmullo sin bozal. Pienso en los métodos para anular el pensamiento, y al ser eso mismo un pensamiento, me topo con una confusión violentamente adictiva. “Confusión es una palabra que hemos inventado para un orden que no se entiende” (Henry Miller). Lo importante es la práctica despiadada de la autopsia caníbal.


Malena y su alcohol y sus pasos blandos: casi la mínima levitación de un hermoso cadáver. Mientras caminaba se empezó a tocar los pechos, las nalgas y la entrepierna. Comprobaba su estado material, dulcísimamente borracha y bostezando la acidez del llanto. La sensualidad de la autodestrucción consiste en falsear el suicidio y retardar el placer de liberar el esperma. Pensó en todo el semen que había tragado cuando la excitación la llevaba a un estado de salvajismo primitivo. Imaginó un mundo de semihumanos deformes que la carcomían desde adentro. Su corazón bombeaba sangre no en relación a la vida sino en relación a la muerte, como si se asqueara de ese licor y quisiera inmediatamente sacárselo de encima. Escupitajos, orina y colillas de cigarrillos. En el baño público se bajó los pantalones y empezó a defecar como un ángel si es que los ángeles defecan. La imagen del inodoro se distorsionaba, era un animal coprófago con su blancura prostituida. Inútilmente trató de recordar su propio parto, el hospital y la frente transpirada de su madre. Se puso en el lugar de ella y empezó a hacer fuerza, mordiéndose los labios y sujetando su cabellera. Cuando el excremento cayó unas gotas de agua con orina se posaron en sus nalgas. Malena dio un último suspiro y cayó desmayada, dejando una imagen perturbadoramente sexual, una singular fotografía inolvidable.


Nada se ha resuelto. Los espacios en blanco siguen cayendo como rieles tentadores. Manos suciamente viriles separaban las piernas de Malena. La habían arrastrado hacia un rincón y mientras la levantaban de la cintura se escucharon torpes risas de animales. El miembro anónimo entró (autopsia de un solo tajo) en el ano desmayado de la pobre. Como la lubricación no era suficiente se vio que un hilo rojo de sangre dividió la blancura de uno de sus muslos. La tripa entró hasta el fondo de la tripa, ensanchando el tubo anal mientras toda la piel en juego era elástica y se alisaba magníficamente. Entrar, arrepentirse y salir. Salir, arrepentirse y entrar. El placer: dos polos opuestos ubicados en la duda. Y la velocidad aumentaba según la expansión del deseo. Quizás mañana, al despertar, Malena sufrirá las consecuencias o valorará el castigo. Eso depende exclusivamente de su estado de ánimo.


Involucrado hasta la médula. Acá se siente la rebelión de mi carne, la opacidad del olvido en donde nunca nos reconocemos. Simple y fácil: efectividad abrumadora encarnada de pronto en la teoría del caos. El presente de la escritura siempre regresa: una guerra sangrienta entre la carne y los escondrijos de la mente. Hacerme a un lado sería dividirme en dos y dejar una mitad en el centro. Nada más importa. Lo demás es pasión. Esta noche saldré a recorrer la ciudad, beber hasta embriagarme y observar cómo la multitud se desliza hacia el amanecer olvidándose sus fantasmas: los enterraré bajo estas páginas.


O era ella poniéndose la tanga frente al espejo, tocándose dulcemente, sacando la lengua para burlarse de su propio rostro. O era ella sentándose sobre un fuego que se le subía a la garganta, otra vez escribiendo algunos versos:


en el lugar de los residuos anónimos

se abusaron de mí

como siempre antes del sol


derramada boca abajo en el desmayo

subterránea sensualidad de muerte al borde

babeada de ambas bocas

y expuesta al crimen obsceno


yo me río sangrante y alocada

tu lejana cabeza paralítica

quizás recuerde que olvidarme

es imposible


simple crónica de un hecho partido

acá hay de todo excepto poesía


y otra vez somos dos

excepto que estoy sola








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