jueves, 2 de septiembre de 2010

INTEMPERIE DEL SENTIDO (CAPÍTULO 9)

El velorio terminó como a las ocho de la mañana. Menos mal que para cuando empezó a llover Malena ya estaba en el interior de un bar, bebiendo su café y escribiendo cartas que nadie recibiría, cartas que enviaría a direcciones quizás inexistentes. Le gustaba imaginar cómo se sentiría una persona al leer las más íntimas confesiones de una perfecta desconocida. Trató de recordar cuál fue la primera carta que envío de ese modo. Pero era imposible pensar, vestida por completo de negro, y menos aún mirando el obsoleto paraguas que descansaba sobre la silla. Se secó las últimas lágrimas, pagó el café y los cigarrillos y se ofreció a la lluvia, olvidándose a propósito el ya mencionado paraguas. Ya sentada dentro de un taxi comenzó a releer la carta que había escrito. No tuvo ganas de hacer una parada en el correo por lo tanto decidió que lo mejor sería arrojar la carta a la lluvia. Malena sufría constantes escalofríos, su sensibilidad nerviosa aún no se afinaba a la situación. Bandoneones lejanos, espejos rotos y muñecas decapitadas: imágenes absurdas que surcaban su mente dejando temblorosas estelas. Al entrar en su casa sintió más frío que en la calle. No tenía hambre ni sueño, sólo el peso fangoso de existir y una contradictoria euforia que se aproximaba desde lejos. La risa sin sentido que nos hace continuar con este absurdo.


Malena comienza a releer fragmentos de varios autores, apenas unas diez líneas de cada uno: Cortázar, Lamborghini, Pizarnik, Piglia, entre otros. No sabe si tocar la guitarra o echarse a dormir, si reírse con Girondo o enamorarse con Neruda. Se va al baño a defecar y enciende un cigarrillo. La realidad la espanta y a veces le fascina. Todo parece ser aburrimiento, sequedad vaginal, cucarachas apuradas y un gusto amargo en los labios. Vuelve el fantasma con su discurso continuo. La mente viaja a velocidades que el lenguaje no logra asimilar. Piensa en cómo pasar las horas que le quedan libres antes de irse al trabajo. Esa mañana le perdonarían su ausencia debido a la cuestión del velorio. Relacionó la muerte con el perdón y le dieron náuseas. Su sueño mancha el aire de la habitación y comienza a brotar lodo desde los rincones. Todo es basura mientras ella sueña con orgías en aceite, con blandos cuerpos brillantemente lubricados.


Regreso, me aferro a estos renglones, escribo tirado sobre el colchón, apoyando el cuaderno sobre una caja vacía, mientras el humo me lastima los ojos, mientras los intestinos me susurran una melodía inconcebible. Voy y regreso del baño una y otra vez, fumando cigarrillo tras cigarrillo y leyendo fragmentos de aguda literatura. Nunca me daré el lujo de una escritura acicalada. Yo no: autopsia de un solo tajo ante el impasible auditorio. Me considero una sexual y viciada herramienta del aburrimiento.

Tengo varios días para pasar encerrado en este cuarto (ha empezado a llover), escribiendo todo lo que se me antoje. Y quizás más adelante: retomar los estudios, buscar trabajo, simular que estoy entre ustedes. Me duermo lentamente, boceteando estas últimas palabras. Estas últimas...


Recuerdo que fuimos al kiosco y compramos cerveza como para dos días. Las lunas pasaban una detrás de otra, y a pesar de que nuestros padres nos enviaban cada vez menos dinero, ya no sabíamos pensar en el futuro. Estábamos sumidos en recitar a Arthur Rimbaud, a Antonin Artaud y a otros célebres dementes. En tu casa andábamos siempre desnudos, exhibiéndonos mutuamente, asimilando los detalles de nuestros cuerpos. Eso sólo nos llevó a hacer el amor con más frecuencia hasta aburrirnos de nosotros, siempre excitándonos entre almuerzos y lecturas. No sé si has entendido por qué me fui y tampoco me importa demasiado. Te dejé algunos libros, algunos manuscritos inconclusos y seguramente maravillosos recuerdos. Tuve que hacerlo, Romina. Necesitaba ampliar mis paisajes y frecuentar otras personas. Si es que nos volvemos a encontrar espero que no estés enfadada.


Dirijo a duras penas la maquinaria de mis huesos, con los ojos vaciados y casi siempre de perfil. Suelo olvidarme de mí mismo, me dejo ahí sentado en algún bar y aprovecho para hacer el amor con las pictóricas bailarinas del Molino Rojo. Soy lácteo, nocturno y felino. Y a veces sé admitir que cualquier semejanza con la poesía es pura coincidencia. ¿Qué es la poesía después de todo? No sé cómo definirla y no sé dónde encontrarla. Pero siempre que la encuentro ella siempre me define. Hay que abrir las puertas que ya no se pueden volver a cerrar. Pero elige con cuidado ya que puedes hallarte en intemperies que no te gusten. Jugar sin la inocencia de la infancia puede tornarse peligroso.


Y vos bien sabés que lo que te pido no es mucho. Sólo el áspero aroma de tu colorida oscuridad, apenas la textura rugosa de tu piel lacia. ¿Por qué te resulta tan difícil? Sólo quiero la multiplicación de tu plural unidad, apenas el salvajismo sexual de tu vagina viril. Y llena de lágrimas tibias me mirás y no me entendés, hasta que de pronto ponés la mano en mi pecho y la razón se va entre las sábanas. Y así, por primera y última vez somos el mismo concepto. Después me preguntás si eso es literatura. Yo me río y te respondo que no sé y que no me importa. Pero hay algo que no me podés negar: la inutilidad del juego te divierte.










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