martes, 8 de junio de 2010

ESPEJO RETROVISOR (CAPÍTULO 9 -Y ÚLTIMO-)



Aquel día encontramos una casa abandonada y nos metimos sigilosamente, estudiando las manchas y el desorden, sospechando con gran imaginación todas las cosas que podrían haber ocurrido bajo ese techo. La decoramos con todo lo que habíamos sacado de la vieja Escuela Normal que en ese entonces acababa de mudarse a un nuevo edificio. Pegamos enormes mapas en las paredes y armamos una mesa con tablas y cajones sobre la cual pusimos una bandera argentina como mantel. En una esquina de la mesa acomodamos los papeles, los formularios, los boletines y las hojas sueltas de lo que alguna vez fue un libro de física cuántica. En otra esquina pusimos un vaso de plástico con todas las biromes y los lápices. Ese iba a ser nuestro secreto, la sede de nuestro club, el centro principal de nuestras reuniones. Entonces nos sentamos alrededor de la mesa y empezamos a dibujar sobre la carilla en blanco de lo que alguna vez fueron importantísimos papeles del sistema educativo. Todo era lo que alguna vez fue pero ya empezando a ser otra cosa. En definitiva “siendo”, que es el tiempo verbal que más simpatía y confianza me produce. O algo así como un accidente fetal. En la mayoría de los casos todo se reducía a ser un accidente fetal: empezar a crecer sin tener idea del juego en el que te estás metiendo, y quizás el resultado de ese juego es encontrarle el sentido cayendo en la cuenta de su ausencia. Pero esto sólo puede ser decoración o una manera egoísta de dibujar planos emocionales. Lo que digo es que la palabra nunca tendrá la razón porque la razón es otra palabra. Por eso nunca me apego a ningún plan. Por eso nunca construyo muros de sentido lógico. La vida es crecimiento espontáneo: o sabés improvisar o no sabés una mierda.


Pusimos el sapo patas arriba sobre la mesa, justo sobre el lúcido sol de nuestra querida bandera argentina. Entonces Gabriel sacó el tramontina y lo abrió de punta a punta mientras yo revolvía sus tripas con un palito, separando y estudiando, clasificando y concluyendo. Era un sapo. Después fue un sapo muerto y destripado y para el final de la tarde ya era un sapo completamente vacío. Así pasamos nuestro primer y último día en aquel club de selectos amigos íntimos. Fue demasiado pronto que compraron el terreno y demolieron las construcciones. De todos modos nos hubiésemos aburrido enseguida. No hay que encariñarse con los hechos y situaciones porque los hechos y situaciones son cosas en constante movimiento y transformación. O mejor dicho es bueno encariñarse cuando se tiene el conocimiento de eso y se sabe comprender que su encanto existe sólo en relación a su fugacidad.


El club de los niños terribles duró sólo un día pero en la infancia los días parecen ser más largos. Tuvimos el tiempo suficiente para conocernos más y lograr que la imaginación de cada uno funcione sólo en relación a la de los otros. Ese es el vínculo que más me gusta de la amistad, lo que hacía que los juegos más simples se vuelvan interesantes, un lugar en constante metamorfosis donde la única causa era la intuición.



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