viernes, 25 de septiembre de 2009

AUTOPSIA DE UN RELATO (CUARTA PARTE)


10


Por qué seremos tan perversas, tan mezquinas

(tan derramadas, tan abiertas)


Néstor Perlongher


Hey, Miguel, de verdad, te digo que fue así. Yo tenía catorce años y un vestidito con flores rojas. Era una mañana hermosa y los ojos de mi padre ya no eran los ojos de mi padre. Había empezado a mirarme con otros ojos, los mismos ojos pero otra mirada, entendés? Te digo, Miguel, que era una mañana hermosa.


Mi madre y mis dos hermanos más chicos se habían ido al supermercado, a hacer las compras para el almuerzo. Yo también quise ir pero no recuerdo por qué no lo hice. Un error. Quizás lo que pasó tenía que pasar. Inevitablemente.


Sí, Miguel, me quedé sola, a solas con esos ojos desconocidos, con esa mirada de animal hambriento. Soltame, de verdad, estoy bien, en cierto sentido se podría decir que ya lo he superado. Si hago lo que hago es por asumir lo que provoco. Ya estoy destruida, reducida a hueco. La perversidad es contagiosa y estaba en cada una de sus secreciones, de sus besos. Y su barba, aún la siento en la piel. ¿Sabías que la piel tiene memoria? Tenés razón, es por esto que lloré aquella vez al leer tu cuento, ese que titulaste Carne y Hueso. Tal vez soy yo la chica sin nombre.


Catorce años, un vestidito con flores. A los empujones me llevó al sótano. ¿Era necesaria esa violencia? Entonces me sacó el vestido y todavía me acuerdo de sus manos callosas. Le dije que no, que por favor, que mamá se iba a enojar. Pero después la vergüenza y el silencio, convivir con el problema simulando ser una niña normal, como mis amigas que todas las tardes se divertían en la plaza. Pero esa ficción era más que una ficción, me dolía en todo el cuerpo. Sí, puede ser, como decís que te dijo tu amiga, era una ficción de carne y hueso.


No, dejá, esta vez no puedo aceptar tu plata. Me encanta que me hayas escuchado, me pude sacar un peso de encima. Ojalá todas tuvieran clientes como vos.


Dana me miró a los ojos, me sacó el flequillo de la cara y antes de irse me besó en la frente. Me quedé sentado al borde de la cama, desnudo e indefenso, aún con la sensación de sus expertas caricias, sin saber qué hacer con el secreto que me había confiado. Y esta mañana también es una mañana hermosa. Hermosa para servirse un vaso de whisky, poner un poco de música y empezar a llorar sin más razones que el llanto.


11


Y en el centro musical ya se retuerce la voz náufraga de Bjork, una singular electricidad estremeciéndose en el aire. Más tarde quizás salga a comprar un poco de cerveza, por ahora estas paredes con manchas de humedad, por ahora esta suerte de pop casi sin rieles rítmicos. Eyacular sobre el lavabo, abrir la canilla y dejar que el esperma se vaya por los tubos. ¿Yo soy o soy yo? La cosa: yo: en realidad, sí: tendría que irme de una vez por todas: los tubos, la música, stop.


Vos, reventadita, asquerosa belleza, te arrodillabas ante mi teoría sobre las facultades cosméticas del semen facial. Desde abajo sonreías con espesos bigotes de esperma, acariciándote los pezones carnosos y rosados, fulminándome ojo a ojo con tu orgásmica mirada de colegiala. Eras amiga y agujero. Y claramente recuerdo que eran las doce de la noche. Estábamos en aquel periférico prostíbulo llamado El Corsé. Vos eras producto del lugar y yo te consumía más por costumbre que por otra cosa. El corsé, mi amor, el corsé, era lo único que tenías puesto aquella noche. Al salir me ladraron los perros de la vecina, o sea música para final de película.


12


Ponerse en blanco y tentar a la mancha, al letrado libertinaje de aburrirse sobre un escritorio que en realidad es la mesa del comedor, con migajas del pan de ayer, con tapas de cerveza de anoche. Es entonces cuando él me ruega que continúe. Exige. Que deje de obviar los detalles morbosos, que me retuerza epilépticamente en el peor fango, que haga sentir el hedor, el cadavérico y pantanoso mecanismo de esta historia sin historia: encauzada a sí misma, ano del ano, mierda de la mierda. O en otras palabras, nada.


Hora: 19:12. Música de fondo: Amnesiac de Radiohead. Estado anímico: exagerada lejanía con subrayado acento. Me pongo de pie y cierro las cortinas para que los vecinos (al pasar si es que pasan) no se enteren de mi escritura. Como si estuviese cometiendo un crimen. Como si un crimen estuviese cometiendo.


Hablemos de tu caso me dijo. Si te vuelves estudioso sabrás de todo excepto usar tus conocimientos. Al ser inteligente te darás cuenta de lo difícil que es poner la inteligencia en práctica. ¿Qué nos queda? El artista, el animal que se complace de lamerse en público. Al terminar la obra nunca hay que bajar el telón. Hay mucha gente que no sabe resistir, solitos solitos dejarán caer sus párpados, pensando quizás en un paraíso silvestre. Es probable que dicho paraíso tenga un laxante olor a mierda. Eso es lo interesante de la cuestión: de los cinco sentidos siempre hay alguno que se resiste a fugarse del espectáculo. Sentido oveja negra o como sea que quieras llamarlo. Al terminar la obra nunca hay que bajar el telón. De hecho, ¿hay que terminar la obra? Por lo pronto hay que aprender a resistir, como dijo Juan Gelman, ni a irse ni a quedarse, a resistir.


Aunque es seguro que habrá más penas y olvido le dije yo (terminando así con el poema de Gelman).


Exacto me dijo él (agitando la mano como un náufrago para que la camarera nos traiga otra cerveza).


Lo demás fue espuma, párpados obesos, eructos a los cuatro vientos y algo así como un llanto de palabras impenetrables.


Dana retiró, uno a uno, los arrugados billetes de esa noche, los mismos que cuidadosamente había guardado entre teta y corpiño. Habitación pequeña, noche en el suburbio y lejanos ladridos de perro sin raza. La cosa es que se respiraba una soledad en estado puro, y ahí, sobre la mesa de luz y junto a los billetes, estaba la escasa humanidad de una fotografía en negro y blanco: su madre, su queridísima madre a veces odiada por no haber impedido el derrumbe de cierta inocencia, el descajetamiento de cómodas esperanzas, la feliz tensión dramática de un futuro en tango (o en tanga). Pero ella, esto era seguro, no tenía la culpa. Reducción a carne y agujero. De todos modos no es mentira decir que ella (ahora me refiero a Dana) suele tener sus momentos de felicidad, engañada en la certeza engañosa pero sana y efectiva de que ser feliz es acostumbrarse. Acostumbrarse a. Acostumbrarse desde. Acos. Tumbarse y dejarse de joder.


Primero está el hambre a la carne. Después viene la carne al hambre. A continuación aparece el juego y el vicio: carne a la carne para algunos, hambre al hambre para otros. Stop, está linda la cosa pero tengo que lavar los platos, bañarme y quizás salir a ver si me tiran un hueso.


1 comentario:

  1. No es para cualquiera despellejarse en vida... ir por la vida sin la hipócrita tersa y suave piel que esconde nuestra mierda, vísceras y hedores a las miradas que se escandalizan de la naturalidad de la naturaleza... pero no es para cualquiera despellejarse en vida. Al menos me conformo con la fortuna de ser ciego, y poder extasiarme al sentir la suavidad de tus entrañas y la cosquilleante y agradable sensación que me provoca el escurrir de tu mierda entre mis dedos. Mis respetos y saludos Benítez.

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