miércoles, 30 de septiembre de 2009

AUTOPSIA DE UN RELATO (ÚLTIMA PARTE)



16


El automóvil se detuvo enfrente del cyber. Ahora sí que puedo arriesgarme a decir: todo iba como lo planeamos en el deforme y anti-OrtoGráfico (se escribe como el culo) chateo. ¿Se escribe como el culo? No era necesario ese entre: paréntesis. Pero el automóvil, a pesar de móvil, se detuvo enfrente del cyber. Se escribe como el orto. Como el orto, lo morfo en su amorfa forma (tan de ella) de agacharse y quebrar la espalda, reclamándome el entre (líneas arriba no tan necesario) sin hacer uso de la palabra: sólo su rostro que dobla y me mira, la lengua sobre sus labios, de derecha a izquierda (nos quedamos sin política y cogemos. Atrás, entiéndase, en el asiento trasero del automóvil, que a pesar de móvil, seguía estacionado). Ah siento trasero, eyaculo ahí y nos pasamos a la parte de adelante, mientras le digo que conduzca, que yo ya bebí demasiado, que yo ya fumé mucho, que yo ya la cogí y que en esa situación podría morirme, tranquilo. Le dije que tranquilo y ella giró la llave, le dio inicio al ronroneo del motor. Después, claro está, vino la marcha: vibrábamos atentos a la llovizna de la noche. Por supuesto que no sabíamos el destino, nunca sabíamos el destino. Discurso con vaselina o simplemente brazo ciego.


-El verdadero yo es el yo que escribe. Los otros son fantasmas sociales a su vez escritos por el verdadero yo, que no necesariamente es en mí o conmigo.


-¿Qué?


-Nada...que te fijés, el semáforo está en rojo.


-Ya sé, no soy ciega ni boluda.


Y en ese preciso momento me rindo, dejo de ser carne y me desmayo. Stop.


17


Una esbelta mujer instalada en la llovizna de la noche, sube las escaleras mirando el papel en el que había anotado la dirección. Casi puedo ver y escuchar la magnífica altura de sus tacos oscuros. Casi puedo presentir cómo el aire se arrincona ante su andar decidido y devorante. Afelinado ronroneo. Siestas de luna amarilla.


El hombre desnudo la saluda con un ademán que es puro tango, le sirve una copa de vino y segundos después empieza la música. Así se daba la prostitución amable, la entrega de cuerpos autodestructivos: cadáveres heroicos que nunca terminan de pudrirse.


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Y ya ni las ganas de escribir. En realidad casi. Digamos que fragmentos mientras escenas cuando delirios. Apenas los escombros del escombro intentado. Yo y la sucia autopsia de mi azar psicológico. La autopsia, en relación a ciertos signos vitales, es perversa. Pero esperar que la cosa se muera sería el silencio, el silencio y el silencio.


Abro los ojos y todavía estoy en el mismo hospital, con las mismas paredes blancas y los mismos pasillos que suelo recorrer a la noche. Las enfermeras se irán y vendrán, mientras los doctores dicen que quizás esto, mientras los psicólogos murmuran que con razón aquello. Entonces deposito mi mano sobre la mano gigante de Dana, sobre su mano que tantas veces me resultó maternal.


Por lo tanto ya he abierto los ojos, ya he vuelto a sentir los pliegues de esta sábana infinita. Todo se va nublando a pesar de que escribo con esperanza. Pero hemos esperado demasiado, el útero será una birome cayendo sobre un zapato de tacos, quizás un corsé o alguna otra lencería.


Sonará el picaporte de la puerta y la enfermera pedirá silencio, haciéndose la muy profesional, sin saber que acá no se ha dicho nada.


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