lunes, 21 de septiembre de 2009

AUTOPSIA DE UN RELATO (TERCERA PARTE)


7


La eficacia poética de sus ojos marrones, lánguidos propietarios de una mirada pantanosa. Ella me saluda y me invita a pasar, recordándome que estoy mojado, riéndose como loca de mi facial catarata. Es el esfuerzo cardíaco de existir, la exigencia pulmonar de oxigenarse. Anatomías y metafísicas vulgares como moscas con alas de plomo. Que estoy completamente empapado. Que qué cara que tengo. Que necesito una taza de café. Que el insomnio nos empuja hacia el autocanibalismo. Que mirá cuántos bocetos para ningún cuadro, lienzos dibujados con carbonilla y trazos seguros. De su fracaso e ineficacia. Y nuevamente nos reímos como maquillando el trágico sentido de las cosas, coloreando oscuridades. Make-up.


¿A dónde estabas? me preguntó, saliendo de la cocina con una taza humeante entre las manos.


En un bar acá a la vuelta le dije. Es que como no podía dormir salí a despejarme un poco.


¿Despejarte un poco o embriagarte hasta quedar dormido?


Algo así, le dije. Algo así.


Fue entonces cuando empezó a nacer el primer abrazo. Todo se nos daba fácil y sin sospechas de actuación. Era como separar con cuidado los pétalos de una rosa. Flores contradictorias que funcionaban como bienvenida y funeral. La habitación de Fabiana quedaba a la derecha del living en donde estábamos. Para llegar hasta allí tuvimos que recorrer un pequeño pasillo que nos llenó de intimidad. Los besos fueron pájaros posándose en el sedoso confort de nuestros cuerpos espumosos.


Nuestras ropas caían, una por una. Caían con un aire a hojas de otoño, a árboles que indefensos se desnudan o cambian de piel. Separábamos las piernas y nos trenzábamos, boca contra boca, olfateando el perfume de nuestros deseos. Sentíamos que el espacio de la ausencia comenzaba a saturarse de sentido, que se avecinaba el furor caótico de la carne. Mi sexo entraba en ella apropiándose de su dulce espuma. Salir y entrar cada vez con más violencia. Eyaculación al compás de los espasmos y los guturales quejidos.


8


Ella acercó la explosión del fósforo al cigarrillo que temblaba en mi boca. Ad nauseam. Hollywood. Después habilitamos la licorería del ropero mientras la noche continuaba así, oscura como cerrar los ojos. Morir sería fácil si el juego preliminar no tuviera ese gusto a esperanza perdida. ¿Has visto una de esas viejas películas francesas en donde parece que no pasa nada? Y sin embargo el alma se me hace esperma al ver una chica en ropa interior, sentada al borde de la cama, jugando con un mechón de su cabello y fumando de una forma triste y pensativa. Un insoportable silencio francés. Y por supuesto que todo en blanco y negro.


Sus filosas patitas de insecto se arrastraban, ásperas y lentas, sobre la sangre de mi úlcera estomacal. Ese segundo de felicidad termina causando más dolor que los mil años de búsqueda. Colecciono detalles incompatibles. Arrojarse al abismo por la sospecha y el miedo de que alguien podría empujarte. O fijar vértigos como dijo Rimbaud.


7:35 de la tarde, mates amargos, cigarrillo constante, deseos epilépticos de un alcohol definitivo. Soy la víctima satisfecha de mi azar psicológico, el morboso placer de saberme con salsa al filo dental de mis caníbales egos. Hallar la pornografía del arte, rebanar con mano ciega cualquier superficie. Sub ego y alter ego hasta la total opacidad del ego a secas. Díganme que no. Deténganme. Cada una de mis alas levanta nubes de polvo, de terror. Rodearse de espejos y practicar un desenfrenado vandalismo, así hasta que lo roto sea nuestra propia cara, olvidarnos de la estúpida rutina de la identidad. Añicos. Stop.


9


Restos oblicuos de frustrados cruces, el desesperado anonimato de nuestros cardíacos esfuerzos. Ahora la vida era una ventana abierta por donde entraba el polvo fantasma del día en feto. Entre sábanas dulcemente hediondas dormíamos a morir, rascándonos entre sueños la huella de los piojos peregrinos. Demasiado fácil para ser cierto. Cierto en demasía como para ser fácil. Caricias contra escamas y viceversa. Vivíamos pegoteados a complejas asociaciones. Un cigarrillo encendido sobre el cenicero nunca era un cigarrillo encendido sobre el cenicero. En cosas así podíamos sospechar la existencia del infinito, deletreábamos su silencio, coloreábamos la fingida oscuridad de su significado. Hachís, mis dedos se llenan de mucosidad, arranco un trozo de papel higiénico y me limpio, sentado sobre el inodoro, usando el bidet como cenicero, usando la toalla como posa vasos, y enfrente de mí están los papeles, agazapados, acechando a mi indefensa bic azul. Y es de esta forma que ya estamos despiertos. ¿Cuánto habremos dormido? ¿Una hora? ¿Dos?


Nuevo párrafo. Escribir la intimidad fresca y blanca de este baño. Escribir la audaz velocidad de esta cucaracha. Escribir como ciego que manotea y sin embargo ser leído detalle a detalle, viendo más allá de las limitadas posibilidades del ojo. Entonces escucho la voz de Fabiana que me llama, como llama de fuego que quema. Me llama desde la habitación, a una pared de este refugio. Creo escuchar un bombardeo y me imagino muriendo con la cara en el barro. Al rato me río, toso y escupo, me lastimo la garganta con la potencia elocuente del vodka. Belleza.


Ella aún estaba desnuda, procurando un erótico serpenteo entre los sugerentes pliegues de la sábana. Había demasiadas flores en esa translúcida tela, primavera hasta la náusea, la piel que abandonamos junto con el sueño. Era hermoso verla así, en posición de parto, con el pelo sobre la cara y un porro apagado en la boca. Sonreía como diabla en llamas, el pecado hecho carne como debe ser. Sus ojos marrones me deshumanizaban, en ella me veía reducido a instinto, obligado a vivir de oído, meando sobre las partituras. Muy fácil. Seamos clásicos y digamos que el puto amor. Pero es otra cosa, si de algo estoy seguro es de que es otra cosa.


Deberías verte le dije. Estás hecha ese cuadro que nunca terminás.


La ficción es de carne y hueso me dijo ella, acariciándose las piernas separadas, sacudiendo la cabeza para sacarse el pelo del rostro.


Nunca se sabrá cómo explicarlo y eso es lo interesante. Efectos de causas anónimas. Nuevamente se me ofrecía su blando acceso vaginal, el uterino guiño en el fondo de la cueva. Mi escritura termina siendo un espasmo, como ese amor después de coger, con la marihuana que ahora sí empieza a echar humo. Stop.


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