lunes, 28 de septiembre de 2009

AUTOPSIA DE UN RELATO (QUINTA PARTE)




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Abro la puerta de mi casa, me siento en el umbral y acerco la explosión del fósforo al primer Morris del día. Entonces empiezo a sospechar el drama eléctrico que me exige la escritura. Si tan sólo fuera una pena a vapor, un alejarse del puente sin pañuelos saludadores. Si tan sólo pero no. Sí tan solo pero tampoco. Mejor será escuchar a Janis Joplin, releer un manojo de viejos poemas y pensar en la infancia: los detalles aguados del patio, las siestas que dormí abrazado a mi perro, su enternecedor olor a osamenta. También la autosatisfacción sin esperma a cargo de manos recientes, curiosas exploradoras que en esos años desconocían el ocio. Literaltura del vértigo.


Mordía el perfectísimo pico de la botella que siempre se insinuaba plural, reventada por la ansiedad de su implacable verdugo. Hondas pitadas pegaba, insondables, abismales pitadas de cigarrillo mal armado: excepto, claro está, por el arma del tabaco: taponadas arterias, acelerado bobo que silba haciéndose el distraído, altas posibilidades de un merecido cáncer y allá por lo último quizás la cardíaca luz roja. Tomó tres pasos de carrera y clavó el mango de su guitarra en el centro del televisor, que se hallaba en off, pues el tema no era electrocutarse ni nada por el estilo. Al ver que los daños de su viola eléctrica no eran demasiados, apenas algunos rayones, rasguños de vidrio televisivo, decidió ir a la casa de música más cercana y venderla. Cash le pusieron en sus trémulas manos, para ser más precisos, ciento sesenta pesos (desgraciadamente argentinos: su desconocimiento sobre próceres le dio gracia). Parte de ese dinero lo usó exclusivamente para comprar bebidas alcohólicas, las suficientes como para mandar al tacho ciertos paquetes de fideos y llenar la barnizada alacena. Nuevamente mordió el vaginal pico de la botella, tragó ginebra al compás de su temblorosa caja toráxica. El esófago era una oxidada cañería con música de lata, un ulcerado conducto de anímicas diarreas. ¿Cuándo fue que el lenguaje se me volvió lengueteo? ¿Cuándo fue que pude sacarme la cabeza, tirarla para arriba y antes de que toque el suelo meterle una elocuente patada con botas de tipo nazi? Bajá un cambio, bajá un cambio, pero en cambio optó por continuar pateando objetos, eran objeto de sus patadas los libros, las sillas y otros indefensos muebles. Bajar un cambio, disminuir la velocidad. O de lo contrario salir despedido por el parabrisas, así como lo hizo su padre en aquel accidente automovilístico. Pensó en la muerte y en su forma de seleccionar los futuros cadáveres, esa despiadada manera de reducir las cosas a carne que se pudre. Pero era mucho el alcohol y el cansancio como para ponerse a razonar, especialmente sobre ese tema tan indefecablemente digerido. Por lo tanto se durmió sobre su cama destendida, enfetado a más no poder. La noche era oscura como cerrar los ojos, encantadora como no volver a abrirlos. Nunca más pero de mentira.


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-¿Qué mierda pasó acá?


-Al parecer entraron algunos ladrones. Vandalismo tal vez.


-¿Robaron algo?


-Sólo mi guitarra eléctrica. Pero como verás se encargaron de romperme todo con bastante entusiasmo.


-Es cierto


-Che, salgamos a dar una vuelta. Seguir viendo este desastre me deprime.


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(...out, nena, out). Menos mal que de esto hace ya un par de días. Porque ahora hay demasiado viento, de a ratos llueve, la luz se va y regresa con una frecuencia que dificulta el libre transcurso de las palabras. Vuelvo a escribir libre transcurso y tropiezo justo allí, caigo en una risa que funciona como puente. ¿Hacia dónde? ¿Hacia cuándo? ¿Desde quién y para quién? Muy pocas líneas pero es lo correcto considerando la sobriedad de hoy, la lucidez de hoy, mi ronroneada psicología bajo llave. Nuevamente se va la luz y la noche llega temprano: es que hay muchas, muchas nubes. Oscurece despacio y con las puntas de los pies me voy animando a entrar. Ya ha vuelto la luz y ahora puedes escribir tranquilo, sin esforzar tus lánguidos ojos: esa triste miopía de ociosos párpados. Tranquilidad, hey, tranquilidad de que todo esté al alcance de la mano: los cigarrillos (tenés que dejarlos), los mates amargos y la voluptuosa música dopante. Tranquilidad, refugio, útero manso y afelpado, dormirse en la frescura del pantano ya sin músculos. A cero la voluntad perfeccionista de los espejos, el espasmódico ensayo de vos mismo, dejarse llevar por los colores y el humo: medular explosión de científico loco. Ensáyate antes de vivir, aunque lo único que se gana con eso es que los defectos adquieran un aire sobreactuado. Ya no se trata del defecto por falta de voluntad perfeccionista. Se trata de la perfecta voluntad del defecto que nunca falta. Infantil juego, día a día, noche tras noche. Proyecto nada de alcohol, de todos modos ya siento la amenaza: la solución caótica para el orden insoportable del problema. Dejaré de aferrarme al vapor de la identidad, están golpeando cada vez más más fuerte, puertas y ventanas tiemblan al borde de la rotura definitiva. Te lo prometo, mami, pero igual van a entrar con sus fálicos cuchillos, con sus vaginas dentadas, ansiosos por rasparme hasta los últimos huesos. Me van a matar y yo voy a morir así, pobrecito, sin poder apoyar mi mejilla en tu vientre.


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