jueves, 17 de septiembre de 2009

AUTOPSIA DE UN RELATO (SEGUNDA PARTE)


4


¿Y qué hiciste después? me preguntó, levantando apenas la cabeza, intentando mirarme a pesar de sus pesados párpados.


En realidad ya no había mucho para hacer le contesté. Sólo le tiré un par de billetes, le abrí la puerta cuando llegó su remis y chau, a otra cosa.


Ah, era una prostituta me dijo con un aire de superioridad que más que aire me resultó viento, chiflete frío del abuelo que cree saberlo todo. ¿No me habías dicho que te la levantaste?


Nunca te dije eso le dije. Se levantan los muros y las pesas, no las mujeres.


Entiendo me dijo comenzando a bostezar. Vos consumidor. Ella seducción con fines de lucro. ¿Tuvieron sexo o relaciones sociales de producción capitalista?


Vender o comprar le dije luego de haberme reído un rato. Tendríamos que estar en el medio, ser mediadores por excelencia como los billetes. Actualmente la guita es la única cosa capaz de tener verdaderas experiencias de paseo, bohemia y aventura. Ir de un lado a otro sin estar destinado de antemano a ninguno.


A la Marx me dijo y de inmediato hicimos sonar nuestros vasos de whisky, brindando sin más razones que el mismo brindis.


Play. A esa hora de la madrugada, y más tratándose de un lunes, éramos los únicos clientes en aquel bar con ventiladores lentos de invierno, o ventiladornos para obedecer al capricho de algunos. Un empleado ponía las sillas sobre las mesas, barría innumerables colillas de cigarrillos, se paseaba de aquí para allá con baldes y trapos diversos, de cuando en cuando mirándonos con ojos perezosos. Era la hora de irse. Aunque pensándolo bien la noche era joven, horrible expresión. Aunque mirando a través de los enormes ventanales supimos que había empezado a llover. Era la hora de irse. Stop. Rewind... empezado a llover. Era la hora de irse. Stop.


5


Son las seis menos cinco de la tarde y te escribo para contarte que al buscar ciertos papeles me pasó lo que siempre pasa cuando se buscan ciertos papeles: encontré otros papeles que nada tenían que ver con mi búsqueda, sino que correspondían a búsquedas ya completamente abandonadas. Es la ley de que las cosas aparecen cuando no se las necesita. La cuestión es que entre esos papeles encontré tu tarjeta, tu elaboradísima tarjeta que supera con creces a las de un doctor o un abogado. Nunca me sentí tan importante al teclear en mi celular el número de una prostituta: sólo vos podés causar esos efectos, vos y la atmósfera dulcemente viciada que te rodea, siguiéndote a todas partes. Es así me dijo, sentándose en un banco e indicándome con un leve cabezeo el banco de enfrente. La gente, le dije yo, nos va a mirar como si fuéramos un par de locos. Sentados en esta plaza y con esta lluvia, en qué cabeza cabe. ¿Qué gente? me preguntó. ¿Y acaso no es verdad que estamos locos? No, le dije, los locos son oriundos de una irrealidad determinada. Nosotros, en el mejor de los casos, apenas somos turistas de otras realidades. Claro claro me dijo. Somos locos que saben mantener en secreto su condición. Pero bueno me dijo después, si es lo que querés pidamos un remis y nos vamos a lo de Fabiana, seguro que está despierta, haciendo el vigésimo boceto de ese cuadro que nunca pintará.


Automóvil rojo. Pasos rápidos y torpes. Una puerta metálica que se cierra y el motor que da inicio a su ronroneo. Ríos asfaltados reflejan a la luna, recortada cada tanto por sombras flacas de faroles.Tango. Stop.


6


Ser poeta me suena demasiado estúpido para mi gusto. Ser escritor exige un intelecto y una cultura que gracias a dios no tengo. En este punto podría decir que soy apenas un artista, un suicida pasivo que cuando piensa en realidad piensa las acrobacias para irse al margen de su propio pensamiento. Artista que eligió la escritura como herramienta, el lenguaje como lengueteo, artista que eligió la erra mienta. ¿Cómo hace uno para hacer un buen poema? Quizás recordando esto: uno nunca “hace” un buen poema, uno “es” el poema mientras lo hace. Game over.


La cuestión es que quisiera explicarme pero no puedo. Quisiera ser simple pero a la vez complico ese querer. Quisiera pero no quiero. Sería pero no soy. Sólo una suerte de discurso infinito es capaz de abrigarme, así como las moscas abrigan al excremento.


Y nuevamente estoy tirado sobre los infinitos pliegues de la sábana, bebiendo una botella de vino tinto. Trago, bocanada y escritura. Escritura, bocanada y trago. Stop.


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