miércoles, 28 de octubre de 2009

CLICK -2







Cada vez que pienso en la infancia me sorprende la capacidad de fascinación que tienen los niños. En esa etapa de nuestras vidas todo nos resulta inquietante y enigmático. Es como si una fuerza secreta se moviera entre las experiencias poblándolas de frágiles puentes que conducen hacia la fantasía. A veces hacia la locura. Esto no es algo necesariamente malo. Creo que la locura tiene dos caras y que una de ellas puede llegar a ser potencialmente positiva. Admírenme de pies a cabeza: esta perfecta y selectiva perturbación mental no se encuentra disponible en las góndolas de los supermercados. Hablo sobre un estado de la identidad en donde ya no quedan restos de valores morales preestablecidos o desarrollados con la única excusa de cuidar las apariencias. Deberíamos opinar que eso no nos importe. Deberíamos sacrificarnos sin que haya retribución alguna, sólo por la experiencia misma del sacrificio. Una imaginación que roza el libertinaje discursivo guiñándonos el ojo y levantándonos la falda. Quizás también estoy hablando de eso. Cosas así.


Y de pronto, como una puntada en el corazón o un espasmo en la boca del estómago, sentí el inhóspito deseo obsceno de beber sangre humana. Imagino un enorme vaso de vidrio con sangre tibia recién extraída de su correspondiente cuerpo agonizante. Imagino la sangre saliéndose de mi boca, disfrazándome de animal depredador mientras recorre mi cuello hasta llegar a mi pecho agitado. Todo esto mientras siento el pulso de tu labio inferior entre mis dientes que apretan despacio, un punto intermedio entre la tierna violencia y la violenta ternura. Todo esto mientras digo que basta. Todo esto mientras te miento.



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