domingo, 15 de noviembre de 2009

ALUCINANTE




Ahora que me paseo como un turista en el costado orgiástico-emocional de la ezquizofrenia.

Las puertas han sido abiertas con espasmódicas patadas liberadoras de tensión dramática.

He asistido a mi funeral y he puesto un puñado de moscas en mi boca. He recobrado la infancia, su gracia, su capacidad de fascinación, su constante sentido de novedad ante los simples mecanismos de la vida.

Y no nos olvidemos que la muerte está borracha de vodka en el cuarto contiguo, olfateando nuestras viejas fotografías, bebiéndose toda la juventud mientras la mano se le pierde en la pollera.

Pura felicidad, hermano. Pura felicidad.

Escalofríos orgásmicos aterrizando en mi piel años luz más perceptiva que antes. Una náusea sensual similar al enamoramiento, las clásicas mariposas estomacales.

Si no sabés improvisar no sabés una mierda.
Algo así.
La canilla transformada en río.
La vida entera devuelta a su condición de milagro.

Porque estas palabras son las primeras que llegan.
Porque este tipo de palabras son las últimas en irse.

Sólo ellas son las protagonistas de nuestros sueños, de nuestras perversiones más secretas, de nuestros olvidos de mentira, de nuestro idioma individual en donde por desgracia muchos pasan por extranjeros, por forajidos bajo llave que se dañan a sí mismos.


Lo demás son visiones fantásticas y un entendimiento existencial que no entra en el molde de
la lógica linguística. Sin embargo también es poesía, o quizás lo es por eso mismo.


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