lunes, 28 de diciembre de 2009

GOLPEAR LA CABEZA AQUÍ


A veces es tan extraño ser yo mismo. Es como habitar un vehículo que se oxida lejos de que la gente conozca su potencial. ¿De qué mierda me sirve estar sentado frente a la computadora escribiendo todo esto? Nada. Nada. Tres veces nada. Ojalá ser poeta sea tan maravilloso como solemos ver en esas ridículas películas francesas. Pero la verdad es que esto tiene un costado realmente nocivo, un filo sucio lleno de enfermedades listo para rebanarnos en el primer descuido. Y si algo tenemos en común los poetas es que somos descuidados, sucios, viciosos, promiscuos, irrelevantes y totalmente prescindibles para el resto de la sociedad. Excepto los malos poetas, esa gente universitaria llena de títulos que necesita reunirse con animales de la misma calaña y hablar de tropos y contextos y paratextos y demás sutilezas de la miseria explicativa. Esa gente que cree escribir con compromiso social y político. A la mierda la sociedad y la política, esas cosas están sí o sí en los temas y en los estilos. No hay nada peor para un poema que hacer explícitas esas mierdas y creerse inteligente por un uso pedante de la arrogancia. Me dan ganas de vomitar, ganas verdaderas de mostrar que la poesía es algo íntimo y cotidiano, una necesidad física con la que la mayoría de las veces somos castigados, una forma de funcionamiento cerebral que va más allá de nuestra voluntad. Porque si realmente sabría qué decir lo diría de una vez resumiéndolo lo mejor que pueda y olvidándome de cultivar ojeras e insomnio mientras me ahogo en papeles saturados de palabritas que sólo dan inicio a más palabritas. Y quizás se trata todo de eso: decir con palabras lo que de antemano sabemos que no se puede decir con palabras. Pero decir, no explicar o entender, simplemente decir, largar la serpiente que se nos retuerce en la garganta después de haber defecado ácidas y oscuras ideas en nuestro estómago. Aunque quizás me equivoco. Aunque tal vez mañana esté diciendo todo lo contrario y acomodándome la corbata ante nerds sin vida social que en teoría entienden de lo que hablo. O ante pelotudos que se creen artistas porque usan ropa extravagante, consumen drogas psicodélicas y están a años luz de tener algún trabajo o responsabilidad. Mierda sobre mierda fornicando bajo mierda. Yo entiendo porque ya fui millones. Yo no entiendo porque de esos millones que fui no hubo ninguno que en el fondo no sea un perdedor sin esperanzas o ambiciones. Sólo quiero terminar con esto pero la verdad es que me la paso improvisando, me dejo llevar más por la música del teclado que por el sentido literal de mis vocablos. Basta. Necesito alguien que me diga basta. Sólo de esa forma puedo no hacerle caso, rebelarme y volver a empezar todo de cero. A veces es tan extraño ser yo mismo. Esta noche, por ejemplo, casi las tres de la mañana con un ventilador a los pies, en calzoncillos y volviendo a sentir esa dulce y solitaria erección. ¿Dónde están las musas que nos prometieron? Pero no todo está perdido. En cualquier momento llega mi hermosa chirucita que sabe hablar de otra cosa, que sabe devolverme al mundo real de la carne, el sudor, la sangre, el éxtasis y la desesperación. Por eso no busquen poesía en la poesía de salón. No busquen literatura en la literatura que usan como modelitos para que todos los malos escritores clonen un estilo rebuscado. Por favor no caigan en esas trampas. Esas son sólo manifestaciones. Estas son sólo manifestaciones. Nada que puedan encontrar en un manual. Nada que ya sepan hacer. Sólo el viento en sus cabezas cuando por fin se puede lograr no pensar en nada diciéndolo todo. Y después que bostecen en tu tumba hasta que las raíces de las flores que te dejan abracen tu cráneo con ternura. Puro delirio de grandeza. Puro terror a la mediocridad. Como siempre, pura paranoia de perdedor, del mejor perdedor.




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