martes, 18 de agosto de 2009

BANDONEÓN Y OTRAS CUESTIONES


Doblado cual lánguido bandoneón de crema, gatillando sílabas sanguíneas que fruncen el paño y el catarro defecan. En el hondo fondo fofo de su rancia vagina tintinea la purísima estética del significante. Me diarreo en el tedioso cuello del cisne, salpícolo hasta tornarlo serpenteante vaquita lechera. Y entonces el descremado fluir de la poesía adelgaza en un plop al alfabetizado mono tras papel (o renglonados barrotes que liberan).

En el simulado costillar de las teclas o en las simuladas teclas del costillar: allí, agazapada y masturbándose en digital época, está la música deletreada que ensalivándonos nos unta un baile, baile que entendemos por el simple hecho de que no hay que entender el baile. ¿Agazapada y masturbándose? Oh, mamá... no sé cómo decirlo. Mamá, me... Mamá, me la...mataron, a la idea de dios digo. ¿Masturbándose? ¿dios lo ve todo? ¿El todo es ciego o es una cuestión de perspectiva? ¿Pornógrafo omnisciente? ¿Omnisexual en gallinero? ¿Emplumadas gallinas con corsé y delineado de ojos? Prefiero viajar en ómnibus, irme para quedarme, poner cara de vodka y doblarme cual bandoneón.

Recuerdo que una vez me fugué de casa, como un gas rebelde y tóxico, terriblemente afelpado en lana negra con matices de rock, forzado en mi chaleco de subego. Fui directamente al cementerio (altas horas de la madrugada) y recién cuando llegué a las ataúdicas generaciones supe el por qué de ese gesto tan ridículo y teatro. Todo fue para enginebrarme sobre la tumba (tumbado) de la evaporada erección paterna. Después me dormí ante la última escarcha eructada de la palabra útero. Sobre mí había un árbol que perdía sus hojas, impasible (oh viento culpable). Por lo tanto me vi a mí mismo como un árbol (entiéndase que no dije conmigo), perdiendo sílabas y llantos, risas y oscuras inteligencias: todo lo que, según dicen, me diferencia de los animales.

Mi actual ronroneo afelinado es fruto arenoso de mi yo plural violentamente rugido: ahora también podríamos hablar de nostalgia: concepto quizás encerrado en la figura del bandoneón. ¿Hacer interpretaciones en el mucilaginoso centro centrífugo del objeto a interpretar? Sería más apropiado pasar a otro plano, al siguiente peldaño. ¿Arriba o abajo? ¿Es posible encontrar un centro lógico que nos eleve a la caída? He caído más veces de las que he tropezado: lo que digo es que la falta de voluntad no es lo mismo que la voluntad de falta.

Adentro: un pobre yo que parpadea flash tras flash, inconsolablemente cegado por la espejosa soberbia de su propio nombre. Ausentes muslos que se separaban como lengua ágil de serpiente: el extremo, por supuesto, la punta, se entiende. Digamos que la llama me llama la tensión. Llamame llama: laten las cajas pectorales que atención le prestan al fuego, fogosa soberbia de su propio nombre mío: llamame para que la abrase y mi emparrillado olor gatille los dientes correctos. Al fin y al cabo de la última nota el bandoneón se oruga para rascar, con su estiramiento renovado, nuevos caminos.




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