sábado, 22 de agosto de 2009

EL MIEDO SE ESCONDE CUANDO HABLAN DE MÍ


El miedo es algo triste y solitario. El miedo es una pared de posibles riesgos que imposibilita la posible posibilidad de arriesgarnos por lo que realmente queremos. ¿Y qué mierda es lo que realmente queremos? se preguntarán ustedes. Bueno, me es imposible obtener esa información, como diría algún libro pija de autoayuda, es algo que tienen que descubrir ustedes mismos mediante un largo camino de meditación o mirando a fondo la sonrisa de los niños. En mi caso se trata de mantener un clímax simultáneo de los sentidos, y cuando llegue el día y la hora, entregarme a la resolución de ese orgasmo y entrar en la muerte con los ojos cargados de éxtasis y curiosidad. Pero todos somos distintos. Y a veces creo (así como también lo creen millones de personas) que yo soy la maldita excepción de la regla.


Cuando sea grande quiero ser un niño. Tengo un útero mental de mundos fantásticos. Cuando sea grande quiero ser un niño. Y está bueno serlo como grande porque podemos hacer todas esas cosas que antes nos prohibían. Podemos mirar televisión toda la madrugada dándole duro al helado de chocolate con una cuchara sopera. Podemos pasearnos desnudos por la casa escuchando música a todo volumen. Podemos llamar a una de esas mejores mejores amigas y entregarnos sin moral y sin límite a realizar actos de carnalidad desenfrenada. O de lo contrario siempre está la pornografía globalizada de Internet para masturbarnos largo y tendido mirando mujeres de todas las razas, que hablan todos los idiomas y tienen todas las culturas. Podemos jugar con fuego y correr con largas y afiladas tijeras. Podemos reventarnos todos los sábados. También los domingos. A veces el viernes. O directamente nos reventamos todos los días. Otra cosa al parecer demasiado cool es poner en juego nuestra vida haciendo un uso completamente irresponsable de sustancias completamente peligrosas. Todo esto claro si somos lo suficientemente inteligentes como para evitar ciertas responsabilidades innecesarias. Todo esto claro si estamos lo suficientemente locos como para que esta locura no nos distraiga de nuestro inamovible objetivo de conseguir una locura todavía mejor. Todo esto claro si tenés los huevos o los ovarios bien puestos.


Deseo enormemente devolverle al arte esa espontánea desfachatez, esa locura innecesariamente excesiva, ese gracioso y oportuno sin sentido, esa pasión casi suicida por la vida, esa eufórica impulsividad de destruirme dibujando estos símbolos en apariencia inocentes. Deseo tan pero tan enormemente las cosas que me siento un ser pequeñito sacudido todo el tiempo por la violencia de sus deseos. Y pensar que hay tanta gente apagada, tanta gente cruelmente adaptada a los mecanismos del mundo, tanta gente que cree comunicarse con los demás cuando lo único que hacen es repetir el molde de la misma conversación que venimos trayendo hace siglos en la genética simbólica de nuestra herencia cultural. Pero gracias a dios me queda la suficiente cordura como para romper sillas contra la pared. Pero gracias a dios me queda la suficiente cordura como para romper a cabezazos todos los vidrios de todas mis ventanas. Pero gracias a dios me queda la suficiente cordura como para decidir de forma lógica, lúcida y objetiva la destrucción completa de la misma.


Todavía sigo acá, interpretando la parte física del poema, esa parte que ustedes no ven. Es la parte en la que bailo como un cocainómano de movimientos bruscos. Es la parte en la que me masturbo pensando en desiertos con dunas y dunas que forman mujeres gigantes. Es la parte en la que subo el volumen del garage rock o del jazz o de la última mierda pop que esté escuchando. Es la parte en la que doy una onda bocanada y me visto con esa paz interior que echa a la puta basura tus años de yoga. Es la parte en la que me cago de risa de mí mismo, lloro, pataleo, me muero y reencarno y digo basta.


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