miércoles, 5 de agosto de 2009

HABITACIONES DEL MISMO HOTEL


Amélie es como si fuera la boca misma del paraíso. Mirarla es aceptar de antemano el contagio de una dulce enfermedad, de un problemático y oscuro placer que parece estar dispuesto a corrompernos. Amélie es pelirroja y tiene la piel más blanca que he visto en toda mi vida. El placer corre libremente por sus venas dotándola de una superioridad que ella misma desconoce. O que quizás conoce pero intenta olvidar, hacerse la despistada. Eso sólo lo sabré el día que estemos sentados frente a frente, el día que ponga mis manos sobre sus rodillas, la mire a los ojos y se lo pregunte. Por ahora me basta con decir que Amélie tiene unos grandes ojos azules. Me basta con decir que en esos ojos uno puede perder por completo la razón, dejándola ir como si se tratara de un viejo juguete que por fin terminó de aburrirnos. Es así de simple la cosa. O mejor dicho es así de simple la locura que involucra no poder dejar de desearla.

Alquilé una habitación contigua a la habitación en donde ella se hospeda. Desde acá, haciendo uso de ciertos mecanismos y especialmente haciendo uso de mi propio silencio, puedo ser un privilegiado testigo de la versión acústica de su vida: escucho atentamente sus pasos, sus movimientos, los muebles que mueve a la noche y la música que escucha antes de entregarse al sueño. Perdone la intromisión, lo que pasa es que estoy loco. No tengo más excusas que mi fascinación desmedida por una vida ajena que aún no sospecha espectadores.

Todavía no puedo creer que me haya animado a golpear su puerta. Estoy seguro que me va a atender ella así como estoy seguro de que está sola. Así como también estoy seguro de estar aferrando un arma de fuego debajo de mi campera. Anoche se fue a dormir escuchando el último trabajo de radiohead, un gesto amable de su parte. O mejor dicho sólo otra feliz coincidencia, ya que es imposible que ella haya sabido que a mí me gusta mucho la misma banda. Y hablando de coincidencias podríamos hablar de toda nuestra vida, de esas coincidencias que parecen afirmar todo lo que nosotros creemos ser, de esas pequeñas elecciones cotidianas que se van sumando para de pronto convertirse en nuestro destino. Por ejemplo ahora: yo de pie frente a una puerta con números dorados, esperando que Amélie me atienda con la misma y falsa simpatía que se usa siempre para atender a los extraños. Y así fue, por lo menos hasta que su sonrisa se borró del todo debido a que le estaban apuntando con un arma directo a la cabeza.

-¿Vos sos conciente de la superioridad que te da la belleza?

-Por favor, no me mate.

-Por última vez. ¿Vos sos conciente de la superioridad que te da la belleza?

-Por favor…

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