sábado, 8 de agosto de 2009

COMO UN PERRO QUE LE LADRA A LA NOCHE



Escribo como un perro pulguiento que le ladra a la noche. Latigazo de sangre enferma en las aguas tranquilas del sentido común. Un orgasmo explosivo en las polvorientas catedrales del cuerpo. Escribo porque me sobra el instinto y me falta la inteligencia. Entiéndase que no hablo de la verdadera inteligencia sino de esa domesticación intelectual que se usa para convencernos de cumplir un papel determinado hasta que la muerte nos separe y seamos lo suficientemente viejos para no poder disfrutar de todo lo que como idiotas hemos aportado. Ya sé que esa oración se hizo demasiado larga pero es la única forma de darle velocidad al texto sin dejarte pensar demasiado en los gusanitos sonrientes que cultivo en tu cabeza. Porque yo no te quiero mentir y es verdad que me resulta más fácil escribir desde el vértigo que sentadito en una biblioteca repleta de nerds que como mucho conseguirán un diploma y un trabajo aún más aburrido que sus propias vidas. Y no se vaya a creer que siempre tengo la razón porque si tuviera la razón me hubiese convertido en algo mucho más razonable que un improvisado poeta con esporádicos ataques de autoestima. Por eso escribo como si me estuviera masturbando, con los ojos entrecerrados y una semisonrisa de sátiro porcino, llenando mi cráneo de obscenidad y desesperación hasta que en todos los culos del planeta se despierte una inconsolable y oceánica hemorragia. Escribo porque escribir a veces me resulta lo más natural del mundo. Escribo porque de lo contrario siento que me falta el aire. Entonces lo que sucede es puro y simple instinto de supervivencia: no me quiero asfixiar ya que es muy probable que muerto y morado y mosqueando no pueda escribir un carajo. Escribo como un perro pulguiento que le ladra a la noche. Y cuando al fin amanece me paso el día lamiéndome las pelotas y mostrándole mis dientes espumosos a quien sea que quiera robarme este hueso que por ahora llamaremos poesía.



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